Nuestro cuerpo es una maquinaria asombrosa, capacitada -entre otras cosas- para responder a las amenazas. El estrés es esa respuesta. El riesgo aparece cuando la liga se estira demasiado.
En Física, el término estrés describe la modificación de un cuerpo elástico ante el efecto de una fuerza externa. No es muy distinto de lo que nos ocurre ante los acontecimientos de la vida cotidiana. Los estudiosos dicen que hay dos factores principales que determinan la respuesta ante un evento estresante: nuestra salud física general y la forma en que percibimos las situaciones. Por eso, la capacidad de manejo del estrés varía de una persona a otra. Ese proceso de reacción puede ser agudo (a corto plazo) o crónico (a largo plazo).
Pies, para qué los quiero
La reacción más conocida ante una amenaza es la de “lucha o fuga”. En ese caso, la respuesta fisiológica del cuerpo es enviar hormonas (cortisol y adrenalina) al torrente circulatorio para aumentar la concentración, la capacidad de reaccionar y la fuerza, acelerar los latidos del corazón, aumentar la presión sanguínea, reforzar el sistema inmunitario y agudizar la memoria. Cubierta la necesidad y luego de este gran despliegue, el cuerpo regresa a la normalidad.
Con el estrés a largo plazo o crónico la situación es diferente. Equivale a repetir la misma escena una y otra vez… Cansado y, lo peor, desgastante. Los desafíos frecuentes someten al cuerpo a una elevada producción hormonal, sin tiempo para recuperarse. Acumuladas en la sangre, esas hormonas pueden causar fatiga continua, poca concentración, irritabilidad en situaciones normalmente tranquilas. En este ambiente, cualquier problema emocional surgido de eventos traumáticos pasados puede aumentar. La razón: mientras más tiempo la mente se sienta estresada, más tiempo se mantendrá activado el sistema de reacciones físicas.
Bola de nieve
Así como la respuesta ante el estrés agudo nos habilita para enfrentar la situación, el crónico puede dejarnos fuera de la jugada. Enlistamos las consecuencias de mantener “encendido” el sistema de alerta más allá de la emergencia:
- Desgaste físico.
- En el sistema digestivo: dolor de estómago, mayor actividad del colon.
- Para el sistema nervioso: ansiedad, depresión, pérdida de sueño y falta de interés en actividades físicas.
- Aumento en la presión sanguínea, frecuencia cardiaca y en niveles de colesterol y triglicéridos.
- Obesidad por aumento del apetito, que implica riesgo de diabetes o enfermedad cardiovascular.
- Debilitamiento del sistema inmunitario.
- Condiciones de envejecimiento como enfermedad coronaria, osteoporosis, artritis inflamatoria y algunos tipos de cáncer.
- Afecta la capacidad del cerebro para bloquear toxinas y moléculas potencialmente dañinas, comunes en pacientes con Alzheimer.
Distinguir las señales del tipo de estrés es importante. En el de corta duración se presentan ansiedad, nerviosismo, distracción, preocupación y presión. Algunas técnicas para sobrellevar la situación, como relajarse, hacer ejercicio o apartarse por un tiempo de las situaciones estresantes, son muy útiles.
El de larga duración se anuncia con cansancio excesivo, dolor o presión en el pecho, palpitaciones rápidas, mareos, dificultad para respirar, irregularidades en el ciclo menstrual, disfunción eréctil, pérdida del deseo sexual. En este caso es importante buscar ayuda médica.
Kit de ayuda
Identificar la raíz del estrés podría ayudarnos a saber si surge de algo que es fácil corregir. La ayuda psicológica profesional es muy valiosa en este proceso y, además, orienta para aprender a manejarlo. Estar atento a nuestros estados de ánimo y escribir los acontecimientos del día que nos causan estrés, pueden ayudar a dimensionar mejor las cosas.
El ejercicio moderado y frecuente mejora nuestros procesos mentales y el estado de ánimo. Relajarse, dormir bien por la noche, buscar el apoyo emocional de familiares y amigos. Llevar una dieta saludable con poca grasa, evitar fumar y beber en exceso. Reservar tiempo “personal”, al menos diez minutos al día, apagar el teléfono, escuchar música; todo esto refresca la visión mental y reduce o incluso detiene los sistemas de respuesta al estrés.
Antes de reaccionar ante una situación que nos enoja, conviene tomar tiempo para calmarnos y observar de nuevo los acontecimientos.
Establecer prioridades en las tareas que realizamos, delegar tareas, compartir responsabilidades, ordenar comida si hemos tenido un día muy intenso; en fin, establecer estándares razonables para uno mismo y los demás, sin esperar perfección.
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