La salud mental es tan importante como la salud física, y hoy más que nunca. Conoce cómo elegir un buen terapeuta y cuida de tu bienestar psicológico.
A pesar de que por mucho tiempo se le relegó a un segundo plano, hoy lo escuchamos cada vez más: la salud mental es tan importante como la salud física y debe atenderse constantemente.
En papel, se lee fácil, pero en la práctica, elegir a un terapeuta, es mucho más complicado. Para cuidar de nuestra salud física usualmente requerimos de una o dos visitas al médico y lo que sea que nos esté aquejando desaparece.
Pero cuando se trata de nuestra salud mental, es necesario pasar una hora a la semana por meses, tal vez años, con otra persona que, a pesar de ser inicialmente una desconocida, debe saber cosas de nosotros que muchas veces ni imaginábamos.
La tarea de elegir a nuestro terapeuta se puede volver algo intimidante. Pero no tiene que ser así. Claro que es una tarea a la que debemos prestarle toda nuestra atención, pero siguiendo estos consejos podremos tomar una decisión más consciente:
Investigar sobre diferentes tipos de terapia
Desde terapias cognitivo-conductuales hasta terapias exclusivamente feministas. Hay un amplio espectro de posibilidades cuando se trata de tomar terapia, así que, antes de empezar a buscar al mejor terapeuta, necesitamos saber qué tipo de terapia estamos buscando.
Sin embargo, a veces no será nuestra elección y será el psicólogo o especialista en salud mental quien nos haga saber lo que necesitamos. Es beneficioso estar conscientes de las opciones y posibilidades que existen, para saber en dónde queremos enfocar nuestra búsqueda.
Investiga las credenciales del terapeuta
Aunque no es recomendable acudir con el mismo terapeuta que amigos y familiares, podemos pedirles que obtengan una recomendación de alguien más con quien podríamos acudir.
Además, es importante que revisemos, si es posible, el lugar en el que estudió el terapeuta, los cursos que ha tomado, sus especializaciones si es que las hay, y todo lo necesario para saber si es un profesional acreditado y reconocido por instituciones oficiales.
Entrevista a tu candidato a terapeuta
Tal vez suene incómodo y hasta algo raro, pero la verdad es que estamos en todo nuestro derecho de entrevistar a los terapeutas antes de decidir con cuál iniciar un proceso de terapia.
No porque la primera persona con la que hablemos sea sumamente amable tenemos que quedarnos ahí. Si no nos inspira confianza, nos sentimos incómodos o hacemos mala química, es mejor seguir buscando.
Recordemos que esta será una persona con la que conviviremos por mucho tiempo, debe ser alguien que nos inspire apertura y comodidad, no alguien con quien estemos por puro compromiso. Eso puede incluso resultar perjudicial para nuestra salud mental a largo plazo.
Dejando en claro detalles incómodos
Otro punto sumamente incómodo pero necesario: hablar de los métodos de pago, condiciones y limitantes.
No solo se trata de saber cuánto nos van a cobrar, sino de hablar en caso de no poder costearlo. Muchas veces la gente se conforma con un terapeuta que no satisface todas sus necesidades porque quien sí los había convencido cobraba más de lo que podían costear en su presupuesto.
Los terapeutas suelen estar abiertos a negociar, ofrecer becas o programas para que podamos obtener nuestro tratamiento de la manera en la que podamos hacerlo.
Saber que podemos cambiar
Todos nos equivocamos. Tal vez seguimos todos los pasos anteriores y aun así, a unos meses de tomar la terapia nos damos cuenta de que no estamos cómodos o sentimos que no estamos progresando.
Lo primero que debemos hacer es hablarlo con el terapeuta, exponerle las cosas que nos hacen sentir mal o nos molestan y buscar maneras de resolverlo.
Si nada de esto funciona, es importante recordar que no estamos obligados a quedarnos. Cuando se trata de salud mental, es mejor reiniciar el proceso, sin preocuparnos por herir los sentimientos del terapeuta.
Al final, lo más importante es encontrar un ambiente en el que nos podamos sentir abiertos y bien atendidos para lograr progreso. Alguien que nos intimide, incomode o a quien simplemente no parezcamos importarle puede causar más estragos que beneficios a nuestra salud mental.